Campiñeando es una de las actividades que más me gustan. He ido a 10 de las 12 que se han realizado. Desde la primera de ellas, me enganché por lo mucho que me aportaban: conocimientos de las zonas, descubrir lo oculto de ellas, buen trato, alegría, unión, saber que no vas sola, aunque si quieres también puedes aislarte, medir tus fuerzas, ponerte en forma física y psicológicamente… y despertar el apetito, algo que se ve compensado durante el camino y a la llegada. Todo un lujo de cosas al alcance.
La Ruta Nº 12 ha sido la más dura y la más bella, por la época del año. Todo un recital de naturaleza vibrante. No se recupera una del asombro que causaba la luz reflejada en las jaras, el brillo, y el olor que desprendían el cantueso en flor con sus “cabezas de conejo”, el tomillo con sus florecillas blancas tan humildes y la manzanilla pisada al avanzar por el sendero.
El camino zigzagueante de subidas y bajadas nos iba dejando distintos paisajes de luz, color y olor en una armonía llena de contrastes. En el camino empinado encontramos retamas, carrascas redondeadas y las jaras en flor, unas con la flor “pintada”, a la que llaman Las cinco llagas de Cristo, y otras que son totalmente blancas. También el espino florido, la sencilla “rellorita” a ras de suelo envuelta en la hierba, campanitas amarillas, y “zapatitos del Niño Jesús” rosados y blancos.
Llegando al llano del camino encontramos praderas, trigales a punto de formar la espiga, olivos y encinas en flor dejándonos una agradecida sombra que reconfortaba el paso. El marco de toda esta belleza lo ponía el escarpado de peñas y la Sierra con el Ocejón al fondo.
Finalmente llegamos a la Ermita de los Olmos. Tal y como nos explicaron, en este remanso de paz un día se apareció la Virgen en uno de los olmos que abundan en el entorno. Fue un lugar de peregrinación, y de reposo para agricultores y pastores de la zona, que descansaban allí durante sus jornadas de trabajo, pudiendo abastecerse del agua del pozo. La Virgen ha permanecido en la Ermita de este lugar durante muchos años. Los vecinos de Casa de Uceda, pensando que la Virgen estaba muy sola en la Ermita, un día se la subieron a la Iglesia del pueblo para poder tenerla más cerca y disfrutar siempre de su compañía.
El regreso a Casa de Uceda, como cabía esperar, se hizo “durillo”. El calor y el cansancio al afrontar las empinadas cuestas de canto rodado que nos esperaban pesaron en nuestras piernas. La satisfacción de llegar y lo que habíamos vivido nos compensó.
Muchas gracias y hasta otra.